
En su novela El general: tierra y libertad, B. Traven relató cómo, tras La rebelión de los colgados, un ejército de pobres de las monterías aterrorizaba a las fuerzas rurales y federales que protegían a hacendados opulentos en peligro por las ofensivas de muchachos “desharrapados, sucios y piojosos” al grito de “Tierra y Libertad”. Los lideraba el General, un exsoldado indígena que desertó del ejército del Caudillo, y eran galvanizados por las palabras del Profesor, antiguo maestro de secundaria, quien reveló a un docente itinerante y empobrecido:
No lo repita, aunque se lo pregunten. Solo lo decimos en circunstancias muy especiales. Y ahora que ya sabemos oficialmente que ha caído el dictador, lo que éramos antes ahora cambia a lo que somos, oficialmente, no importa qué clase de gobierno se quede en el poder (Traven 1966, capítulo xviii).
Alejada del “terror y caos” político del caudillismo, de “mil gobiernos” e “innumerables partidos”, la tropa armada de las y los expeones mayas terminó asentándose cerca de un campo de batalla en una aldea que nombraron Solipaz, tras tomar la finca Santa Cecilia y distribuir las tierras entre peones abandonados por un hacendado fugitivo en Balún Canán, Chilúm o Tumbalá, en busca de refuerzos. El novelista libertario narra cómo “el campamento, con sus numerosas chozas, casuchas y cobertizos construidos durante las últimas semanas, había tomado la apariencia pacífica y soñolienta típica de cualquier poblado indio”.
Se encontraba allí todo lo necesario para fundar y mantener una comunidad: bosque, praderas con excelentes pastos, monte bajo con buena tierra, y un ancho e inextinguible arroyo de agua fresca y cristalina. La gente tenía maíz, frijol y chile suficiente, y una nueva cosecha estaba ya madurando. Poseían caballos, mulas, burros, vacas, bueyes, cabras, borregos y hasta puercos. Lo que faltaba lo proveían los ranchos cercanos, ya fuera voluntariamente o persuadidos por los rifles de los rebeldes (Traven 1966, capítulo xviii).
Con sus cuchillos y machetes en mano, las y los mayas rebeldes gritaban:
“¡Viva la revolución! ¡Abajo los tiranos! ¡Tierra y Libertad para todos, sin amos y sin capataces! ¡Viva nuestra rebelión! ¡Viva la rebelión de los indios!” Un ataque como el de la finca Santa Cecilia fue repetido no una, ni diez, sino cientos de veces a lo ancho del país, hasta que no quedó para recordar esa época más que las ruinas de los otrora florecientes dominios y las destrozadas y oxidadas máquinas en cientos de fábricas e ingenios, y una población que había disminuido en casi tres millones. La edad dorada de la dictadura había sido capaz de lograr un aumento de productividad nunca antes soñado. Pero al hacer esto había olvidado por completo al ser humano, al individuo; también había olvidado que las cosas pueden ser transformadas en productos vendibles, con una sola excepción: el cerebro y el alma del hombre (Traven 1966, capítulo xviii).

Traven, B. (1966). El General: tierra y libertad [General From The Jungle].
Traducido por Rosa Elena Luján. México: Compañía General de Ediciones.
En la obra de Traven escrita en México al final de los años 1930, los avatares del afán emancipador del ejército de peones indígenas que conducía el General hacia Hucutsin y Jovel para derrocar al Dictador, enfrentándose a la brutalidad militar opuesta al reparto agrario, nos recuerdan la criminalización racista y los crueles embates sufridos por quienes luchan hoy por territorios que toca defender para vivir. En una suerte de advertencia, B. Traven relató cómo los rebeldes que “montaban briosos caballos y portaban armas” podrían volverse los opresores y caciques que amenazarían mañana las aspiraciones de democracia, justicia y libertad.
El que cabalgaba sobre tan fino caballo, y poseía rifle y pistola y se enfrentaba a los rurales, y aún más, los derrotaba, este tenía que ser un nuevo amo; probablemente un amo más cruel, más despiadado e injusto que el anterior. Aquel que tiene un rifle y un revólver es el amo del que no los tiene. Los muchachos llevaban revólveres y por lo tanto eran vistos como los nuevos amos y patronos. No importa que fueran indios desharrapados; para ellos esto era una mera coincidencia. Mañana estarían tan bien vestidos como los ladinos (Traven 1966, capítulo iv).
La imaginación literaria es rebasada por la historia popular cuando la imaginación política entra en movimiento y la desborda. Ningún novelista intrépido parece haber anticipado los concurridos festivales con artistas y cineastas, los encuentros del CNI, de familias de víctimas de desapariciones forzadas, de feministas insumisas, de militantes urbanos e intelectuales comprometidos. “Si Zapata viviera, con nosotros estuviera” declaman las marchas de protesta en México. Y si B. Traven viviera, con los zapatistas siguiera. Tal vez disfrazado como actor de la adaptación cinematográfica de una novela libertaria que falta por escribir colectivamente.


captadas en la inauguración del Caracol VIII el 30 de enero de 2020
Fuente: Extractos del artículo de Bruno Baronnet « Si Traven viviera, con los zapatistas estuviera », La Palabra y el Hombre, Revista de la Universidad Veracruzana, núm. 52, abril-junio 2020, pp. 41-49, con fotos de Amehd Coca Castillo.
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